El cambio es una
característica central de la vida. Puede ser emocionante, terrorífico, cansado
o aliviador. Puede provocar tristeza o felicidad, resistencia o aferramiento.
El entendimiento de
la impermanencia es central en la práctica Budista, la cual apunta a hacernos
ecuánimes en medio del cambio y más sabios en cuanto a cómo respondemos a lo
que viene y se va. De hecho, el Budismo podría ser visto como una meditación
extendida sobre la transitoriedad como una medio de libertad. Las últimas
palabras de Buda fueron; “Todas las cosas condicionadas son impermanentes.”
La impermanencia no
es un concepto únicamente Budista. Muchas religiones lidian con la
impermanencia y el sufrimiento. Algunas tradiciones espirituales relacionan al
mundo de la impermanencia con el sufrimiento. Debido a eso, la solución al
sufrimiento es trascender el mundo de la impermanencia.
Buda enfocó el
sufrimiento de manera diferente. Él dijo que el sufrimiento no es inherente al
mundo de la impermanencia; el sufrimiento aparece cuando nos aferramos. Cuando
el aferramiento desaparece, la impermanencia deja de provocar sufrimiento. La
solución al sufrimiento es, entonces, la desaparición del aferramiento, el no
tratar de escapar de este mundo temporal.
Es posible encontrar
tranquilidad y gracia en el mundo del cambio; es posible confiar en la mente no
aferrada y de esta manera hallar nuestra liberación en el mundo de la
impermanencia. Un medio de reducir el aferramiento es ver la naturaleza
temporal de aquello a lo que nos aferramos. Este entendimiento puede mostrarnos
la inutilidad de tratar de encontrar felicidad permanente en lo que es
impermanente, con puede animarnos a examinar profundamente el porqué nos
aferramos.
La impermanencia
puede ser entendida de tres maneras. Primero, es el obvio y ordinario
entendimiento de la impermanencia. Segundo, es el entendimiento que proviene de
la comprensión, de la observación directa de la naturaleza de las cosas.
Finalmente, está la manera en la que la impermanencia puede llevar a la
liberación.
El entendimiento
ordinario de la impermanencia es accessible a todos; vemos la vejez, la
enfermedad y la muerte. Notamos que las cosas cambian. Las estaciones cambian,
la sociedad cambia, nuestras emociones cambian y el clima cambia. Cuando yo
vivía en Tennessee, había un dicho: “Si no te gusta el clima, espera cinco
minutos.” A veces, al darnos que una experiencia es impermanente, nos podemos
relajar con la situación actual, incluyendo su aparición y desaparición. Otras
veces, el ver que el cambio es inevitable nos ayuda a dejar de aferrarnos a
cómo las cosas son, la resistencia al cambio… y a veces el reconocer que todos
somos iguales de proclives al envejecimiento, enfermedad y muerte, es la base
de la compasión.
Aunque podamos
entender intelectualmente el hecho de la impermanencia, puede que no creamos realmente en ella. En el poema épico
Hindú Mahabarata, Yudhisthira es cuestionado: “¿Cuál es la maravilla más
grande de este mundo?” él responde “La gente ve muerte por todos lados, pero no
cree que ellos mismos morirán. Esta es la más grande maravilla.”
Cuando era joven, por
supuesto que sabía que iba a morir, pero vivía mi vida como si fuera a vivir
para siempre. La sabiduría puede venir al envejecer, no solo de la experiencia
vital, sino también de la creciente consciencia de que nuestras propias vidas
terminarán. Se hace cada vez más difícil el evitar esta idea cuando lo que
queda de nuestra vida se va reduciendo. Esto a menudo anima a la gente a ver
atentamente sus prioridades y valores. El abrirse al nivel ordinario de
impermanencia en una manera profunda puede traer mucha sabiduría.
Más allá de la
experiencia ordinaria de la impermanencia, la práctica Budista nos ayuda a
abrirnos al campo menos perceptible de la impermanencia: el entendimiento de la
aparición y desaparición del momento-a-momento en cada experiencia perceptible.
Con atención plena profundamente concentrada, vemos todo como un constante
flujo, incluso experiencias que parecen ordinariamente persistente.
Tal vez hayas tenido
la oportunidad de ser consciente ante una intensa experiencia física, como por
ejemplo el dolor. Tendemos a ver el dolor a través de nuestras ideas
relacionadas con él. Con una consciencia muy fuerte, sin embargo, encontramos
que no podemos especificar el dolor; apenas creemos que hemos localizado al
dolor, desaparece de la existencia y reaparece a milímetros de distancia. Se vuelve
una danza de sensaciones tintineantes localizada en ningún lugar en particular.
El dolor que parecía sólido es de hecho en constante flujo. En esta experiencia
de impermanencia, nos damos cuenta de que no tiene sentido aferrarnos a nada,
ni siquiera temporalmente. No hay nada a lo que podamos aferrarnos porque todo
simplemente aparece y desaparece de la existencia. También nos damos cuenta de
que nuestro aferramiento y resistencia tiene poco que ver con la experiencia en
sí. Mayormente nos aferramos a ideas y conceptos, no a cosas o experiencias en
sí mismas. Por ejemplo, no nos aferramos al dinero, sino a las ideas de lo que
significa el dinero para nosotros. Puede que no nos resistamos a envejecer del
mismo modo en que nos resistimos a dejar ir los queridos conceptos de nosotros
mismos y nuestros cuerpos: uno de nuestros más enaraizados aferramientos es el “yo”,
la auto-imagen, la auto-identidad. En la experiencia más profunda de atención
plena, vemos que a idea del yo es una forma de aferrarnos a conceptos, nada en
nuestra experiencia directa puede calificarse con un “yo” al cual aferrarse.
Al ver la impermanencia
claramente, vemos que no hay nada real a lo que podamos aferrarnos, nuestra
profunda tendencia a asirnos de algo se ve retada, y de este modo puede
comenzar a relajarse. Vemos que nuestras experiencias no corresponden a
nuestras categorías, ideas, o imágenes fijas. Nos damos cuenta de que la
realidad es más fluida de cualquiera de nuestras ideas sobre ella. Suzuki Roshi
resumía el entendimiento Budista así: “No siempre es así.”
El confrontar la
impermanencia profundamente, de este modo meditativo, puede abrirnos a la
liberación. El último y liberador nivel de la impermanencia es el movimiento
hacia el “dejar ir” en el nivel más interno de nuestra mente. Ajahn Chah una
vez dijo: “Si dejas ir un poco, tendrás un poco de paz. Si dejas ir mucho,
tendrás mucha paz. Si dejas ir completamente, tendrás completa paz.” Este
liberar es a veces llamado Mahasukha, la Gran Felicidad, lo cual se dice que es la máxima felicidad
en la que se pueda confiar.
Adaptado de una
charla de Gil Fronsdal, 1 de enero de 2001
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