jueves, 14 de marzo de 2024

El Arte de la Soledad


En 1974, en las montañas de Dharamsala, India, mi viaje hacia la atención plena comenzó de manera inesperada. Recién ordenado como monje novicio, fui introducido a esta práctica por S. N. Goenka. Junto con compañeros monjes tibetanos y estudiantes occidentales, me sumergí en un retiro de diez días de Vipassana.

Los primeros días estuvieron marcados por la cultivación de la atención plena en la respiración. A medida que nos sumergíamos más, experiencias sorprendentes comenzaron a florecer en mi mente: destellos de luces y patrones de colores que, aunque efímeros, abrieron una puerta a una concentración sin precedentes.

Con el pasar de los días, la práctica se expandió, llevándonos a explorar cada rincón de nuestro ser, desde la cabeza hasta los pies. Lo que al principio era una experiencia irregular se convirtió en una totalidad, una sensación vibrante que abrazaba todo mi ser.

Bajo la guía tranquilizadora de Goenka, aprendimos a observar las sensaciones, a distinguir entre lo placentero, lo desagradable y lo neutral. Descubrí que incluso el dolor más agudo podía transformarse en un patrón de sensaciones efímeras cuando se exploraba con atención.

Pero la verdadera revelación llegó cuando la percepción de un yo separado se desvaneció. Entre las ráfagas de viento en la pradera, me di cuenta de que no existía una división entre el observador y lo observado, sino una profunda conexión con la totalidad de la experiencia humana.

Este viaje, que tuvo lugar hace más de cuatro décadas, sigue resonando en mí hasta el día de hoy. La atención plena se convirtió en la base de mi vida contemplativa, una sensibilidad renovada que transformó mi forma de habitar el mundo.

Este encuentro con la atención plena no fue solo un encuentro con una técnica, sino con una nueva forma de percibir la vida. Una percepción que nos invita a explorar no solo las sensaciones físicas, sino también nuestras aspiraciones éticas más profundas.

En palabras de Shantideva, la atención plena es el guardián en la puerta de la mente y los sentidos, alerta ante cualquier impulso que amenace con desviarnos de nuestros objetivos. Nos recuerda que, en el umbral de la acción, la atención plena puede convertir incluso el dolor más agudo en una experiencia efímera, liberándonos del sufrimiento y guiándonos hacia la virtud.

Así, este viaje hacia la atención plena no solo ha sido un viaje personal, sino también un reencuentro con una tradición ancestral que nos invita a habitar el mundo con plenitud y compasión.


Traducido y condensado de: https://tricycle.org/magazine/solitude-in-buddhism/